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Lograr que los sistemas agroalimentarios sean más resilientes

Informe de la FAO "El Estado mundial de la alimentación y la agricultura 2021"
Detalle de la portada del informe

La creación de sistemas agroalimentarios resilientes debería ser un objetivo clave de las políticas; se debe garantizar que todos los componentes de los sistemas agroalimentarios funcionen bien a lo largo del tiempo. A nivel mundial, estos sistemas producen unos 11.000 millones de toneladas de alimentos cada año y constituyen la columna vertebral de muchas economías. En un mundo ideal, los sistemas agroalimentarios serían resilientes, inclusivos y sostenibles, producirían alimentos suficientes, inocuos y nutritivos para todos y generarían medios de vida que garantizaran el acceso económico de la población a esos alimentos. Hoy, sin embargo, los sistemas agroalimentarios no permiten mantener libre del hambre a cerca del 10% de la población mundial.

El riesgo y la incertidumbre son inherentes a los sistemas agroalimentarios, afectan tanto a la producción primaria como a sus componentes intermedios y posteriores del suministro de alimentos, así como a todos los actores en todas las etapas. La vulnerabilidad de los sistemas agroalimentarios se puso claramente de manifiesto en 2020, cuando las medidas para contener la pandemia de la nueva enfermedad por coronavirus (COVID-19) alteraron las cadenas de suministro mundiales y nacionales y provocaron debilitamientos de la economía en muchos países. La pérdida de poder adquisitivo perjudicó a la seguridad alimentaria y la nutrición de miles de millones de personas, especialmente en los países de ingresos bajos y entre los más pobres.

Se define la resiliencia de los sistemas agroalimentarios como la capacidad que tienen a lo largo del tiempo, frente a cualquier alteración, de garantizar de forma sostenible la disponibilidad de alimentos suficientes, inocuos y nutritivos, y el acceso a ellos, para todos, así como de sustentar los medios de vida de los actores de los sistemas agroalimentarios. Los sistemas agroalimentarios verdaderamente resilientes deben tener una gran capacidad para prevenir, anticipar y absorber cualquier alteración, adaptarse a ella y transformarse con el objetivo funcional de garantizar la seguridad alimentaria y la nutrición para todos y medios de vida e ingresos decentes para los actores de los sistemas agroalimentarios. Tal resiliencia aborda todas las dimensiones de la seguridad alimentaria, pero se centra específicamente en la estabilidad del acceso y la sostenibilidad, que garantizan la seguridad alimentaria tanto a corto como a largo plazo.

Para medir la capacidad de los productores primarios de absorber las perturbaciones, la FAO ha elaborado un índice de flexibilidad de la producción primaria (IFPP) para este informe, que abarca 181 países, a fin de medir el grado de diversidad de la producción de productos básicos agropecuarios y el potencial de producción para los mercados nacionales y de exportación. Un alto valor del IFPP indica múltiples vías potenciales para generar valor agrícola y encontrar salidas finales para la producción primaria de alimentos. En más del 80% de los países, el IFPP depende de la diversidad de los mercados nacionales, y los países con los valores de diversidad más bajos están fuertemente orientados hacia el mercado interno. La mayoría son países de ingresos bajos, con poco comercio exterior, donde la producción primaria es vulnerable a perturbaciones que afectan a productos básicos clave o reducen los ingresos de los consumidores. Se observa una mayor diversificación de la producción primaria en los países de ingresos altos o en los que tienen una gran base agrícola. Estos países dependen de una combinación de ventajas comparativas en la producción y exportación de productos agrícolas, de la apertura al comercio internacional y de una demanda interna considerable para comercializar sus productos.

Una función importante de los sistemas agroalimentarios es ofrecer una gama variada de alimentos que proporcionen los nutrientes esenciales para la salud humana. A fin de medir su capacidad de absorber las perturbaciones y asegurar la disponibilidad de alimentos necesarios para una dieta nutritiva, la FAO también elaboró el índice de flexibilidad del abastecimiento dietético (IFAD) para este informe, calculado con datos de 153 países. El indicador captura las múltiples vías de abastecimiento de productos agrícolas, pesqueros y pecuarios disponibles procedentes de la producción interna, las importaciones de alimentos y las existencias. La conclusión resultante es que los países diversifican sus fuentes de alimentos de diferentes maneras y la eficacia en la diversificación no depende del tamaño del país ni del nivel de ingresos. Donde los ingresos sí importan es al diversificar las fuentes de frutas y hortalizas, que son limitadas en los países de ingresos bajos debido a las restricciones logísticas asociadas con el transporte y almacenamiento de bienes perecederos.

Los sistemas agroalimentarios que funcionan bien también deben garantizar el acceso económico de las personas a los alimentos. A escala mundial, unos 3.000 millones de personas no pueden permitirse una dieta saludable que proteja contra la malnutrición en todas sus formas. Dado que la proporción del gasto de los hogares en alimentos es mayor en los hogares de bajos ingresos, cualquier pérdida significativa de poder adquisitivo —causada por alteraciones como subidas de los precios de los alimentos, malas cosechas y pérdida de activos— representa una amenaza para su seguridad alimentaria y su nutrición. A partir de datos de 143 países, la FAO también elaboró un indicador para este informe que revela que, si una perturbación redujera sus ingresos en un tercio, 1.000 millones de personas más dejarían de poder costearse una dieta saludable. La carga de este desafío adicional recaería principalmente en los países de ingresos medios: de esos 1.000 millones el 95% vive en países de ingresos medio-bajos y medio-altos.

Cuando los ingresos se ven afectados por una perturbación, los sistemas agroalimentarios verdaderamente resilientes, inclusivos y sostenibles deben tener como objetivo garantizar la asequibilidad de una dieta saludable. Para lograrlo, o bien el costo de los alimentos debe bajar, o los ingresos de la población vulnerable deben aumentar o recibir apoyo a través, por ejemplo, de programas de protección social o, en una situación ideal, ambas cosas.

Las capacidades de resiliencia de todos los hogares son importantes para el funcionamiento de los sistemas agroalimentarios. Todos los hogares tienen un papel que desempeñar en los sistemas agroalimentarios, ya sea como productores y proveedores de alimentos o como consumidores. Las capacidades de resiliencia de los hogares rurales —especialmente las familias dedicadas a la agricultura en pequeña escala de ingresos bajos— son puestas a prueba de manera particular y cada vez más en la nueva normalidad del cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales. Aunque a menudo realizan actividades no agrícolas, muchas personas de las zonas rurales dependen principalmente de la agricultura para su sustento. Las repercusiones de las perturbaciones y tensiones en esos medios de vida, y en consecuencia en la seguridad alimentaria y la nutrición de las personas, se producen esencialmente dentro de los hogares.

El estudio del RIMA (modelo de medición y análisis del índice de resistencia, de la FAO) también mostró que los hogares rurales compuestos principalmente por mujeres son los que más sufren durante las perturbaciones y después de ellas. Las mujeres suelen tener mucho menos acceso que los hombres a la tierra y otros activos que son esenciales para la resiliencia.

En un entorno de múltiples riesgos, algunas alteraciones son previsibles y otras no. Prepararse para lo desconocido requiere una evaluación cuidadosa de las características estructurales de los sistemas, incluida la capacidad de absorción proporcionada por su diversidad de vías y conectividad. Es necesario que las políticas y las inversiones reconozcan la distinción entre riesgo e incertidumbre. La gestión del riesgo suele implicar la reducción de la exposición y la vulnerabilidad ante un acontecimiento adverso determinado. Por otra parte, la gestión de la incertidumbre exige que los sistemas tengan suficiente diversidad de actores y respuestas para mantener sus funciones básicas en caso de que se materialice una perturbación imprevista. Ambos enfoques son necesarios y complementarios.