El escenario en el que se ha iniciado el trabajo con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (más de 2.000 millones de pobres en el mundo, 821 millones de hambrientos, población creciente, sistemas alimentarios en riesgo por efecto de múltiples factores, entre ellos, el cambio climático...) hace necesaria una transición hacia un nuevo paradigma que oriente los sistemas alimentarios y el desarrollo rural, poniendo la sostenibilidad ecológica, económica y social en el centro, y garantizando la seguridad alimentaria y nutricional para toda la población. La agricultura familiar está en el corazón de esta transición.
La agricultura familiar produce el 80% de los alimentos a nivel mundial pero, paradójicamente, el 80% de las personas en situación de inseguridad alimentaria viven en zonas rurales. Representa la mayor fuente de trabajo en el mundo que, además, dinamiza la economía de las áreas rurales al mismo tiempo que presta importantes servicios ecosistémicos. La agricultura familiar tiene una mayor capacidad de adaptación a una agricultura baja en carbono, menos dependiente de los combustibles fósiles.
A pesar de todas estas ventajas y del servicio importantísimo que prestan a la humanidad, esta forma de agricultura no siempre se encuentra respaldado por las medidas políticas necesarias para poder desplegar plenamente su potencial; medidas políticas que deberían hacer frente a las causas profundas de la pobreza rural, de la inseguridad alimentaria, de la migración rural y de la degradación ambiental. Esto requiere un abordaje decidido, integral y multidimensional. El apoyo a la agricultura familiar aparece como uno de los ingredientes principales para avanzar en varios de los ODS ya que esta forma de agricultura es un contribuyente importante a muchas de las metas de los ODS. Para ello se pone en marcha el Decenio de Naciones Unidas para la Agricultura Familiar.